El Artesano Digital

Sitio web de la filial de la Asociación Cubana de Artesanos Artistas en la provincia de Matanzas (ACAA). Artesanía, Matanzas, Cuba. Director: José Artiles Editor y redactor: Norge Céspedes

jueves, junio 07, 2007

Osmany Betancourt: "Del barro parte todo"

Por Norge Céspedes Díaz


El arte “esplendoroso”, exacto en cada uno de sus detalles, no le agrada. No le parece natural. El ceramista Osmany Betancourt (Lolo) cree que nada es perfecto sin un rasguño. La realidad no es así. La realidad tiene sus imperfecciones, que son las que en definitiva hacen distintas las cosas unas de otras.
“Antes si una pieza se rajaba, si en algún lado se raspaba, era una desgracia para mí. Ahora no. Ahora lo veo de otro modo (siempre que no se halle excesivamente dañada, claro está).
“Al meter una obra en el horno, la parte superior rozó arriba y se le hizo una marca. Ese día Kcho estaba conmigo en el taller, en una de esas visitas que me hace cuando se llega por Varadero. Dijo que no le disgustaba la marca, que incluso le aportaba dramatismo.
“Era lo mismo que yo pensaba. En otros tiempos le hubiera dado una pátina y ya, la hubiera desaparecido. Pero mis ideas han cambiado.”
Osmany Betancourt nació en Jagüey Grande el 30 de noviembre de 1973, pero vive en la ciudad de Matanzas desde hace unos cuantos años, durante los cuales ha trabajado intensamente hasta convertirse en un reconocido ceramista cubano.
Ha triunfado una y otra vez en montones de concursos. Tres premios principales, otros colaterales y numerosas menciones tiene en el Salón Roberto Diago. En la Bienal de Cerámica “Amelia Peláez” se ha llevado premios en cuatro ocasiones (2001, 2004, 2005 y 2006). Mientras, en el 2002, mereció el Primer Premio en el Salón Nacional La Vasija.
Además de verse en importantes exposiciones colectivas, sus obras se han apreciado en muestras personales, entre las cuales están una en la galería Suyú y cuatro (2000, 2001, 2003, 2006) en el Museo de la Cerámica, en el Castillo de la Real Fuerza de La Habana.
Osmany Betancourt empezó en el arte desde niño, en su natal Jagüey Grande. Empezó en un círculo de interés de pintura, donde lo matricularon no porque se le atisbaran extraordinarias dotes creativas, sino más bien para tenerlo entretenido en algo, y no fuera a andar por ahí mataperreando por la calle.
A Luis Felipe Franco y Emilio Mora, los profesores, les debe las primeras armas como creador, el embullo que lo hizo elegir el arte como rumbo. Cuando llegó el momento matriculó en la Escuela Elemental de Matanzas, luego pasó a la Escuela Nacional de Arte (ENA), en pintura y escultura.
“En la ENA cogí mucha formación práctica en las técnicas para concebir el modelaje, la cerámica, la fundición (en yeso o en bronce)..., así como nociones esenciales de la composición y otros elementos teóricos, después de gran utilidad en el día a día.
“Entre la gente que conocí estaba Kcho, unos años mayor que yo. A veces conversábamos. A veces le ayudaba a cargar bejucos u otros de esos materiales efímeros con los que entonces él experimentaba, y que no siempre eran bien comprendidos por todo el mundo.
“Salí de la ENA más o menos en 1992 y fui directo para el Taller de Cerámica de Varadero, del cual nunca me he marchado. Entonces trabajaban allá Sergio Roque, Esteban Lázaro Lamelas, Jorge Ernesto Martínez, Edel Arencibia y Luis Draso.
“Roque y Lamelas eran los que ya tenían un nombre, los demás no, casi todos recién comenzábamos. Roque fue el que me ayudó a entrar ahí. Él era profesor mío en la Escuela Elemental, y mientras permanecí en la ENA nos mantuvimos en contacto.”
Osmany Betancourt no creía inicialmente en el barro, subvaloraba sus posibilidades expresivas. Hacía las piezas pero estimaba que no tenían la menor trascendencia. Hasta que una tarde Carlucho, el fotógrafo, se fijó en una especie de caja de regalo que él tenía colocada en el mismo taller como una obra más, y le dijo ¿por qué no mandas eso al Salón Roberto Diago? Carlucho insistió y lo envió. Cogió mención, tremenda sorpresa.
Entonces comprendió que, sin notarlo apenas, había aprendido a decir mediante el barro y sintió un llamado, una fuerza que lo consagraba, que lo destinaba a trabajar ese elemento como creador, como Dios que a diario amasaba, fundaba cada nuevo mundo avistado dentro de su imaginación.
“El aprendizaje me llevó en primer lugar a convertirme en un conocedor del propio barro. En Matanzas no hay yacimientos buenos, en Sabanilla queda uno pero cargado de hierro (lo que influye en el cambio de color del esmalte) y con un bajo punto de fusión.
“Nosotros usamos el de Pinar de Río, sin tanto hierro y otras condiciones propicias como buena resistencia a las contracciones y a los cambios de temperatura, plástico... Así y todo para su empleo final eso lleva un proceso, se diluye en agua y se filtra para quitar cualquier impureza, luego se compacta mediante una máquina.
“Lo otro es levantar la pieza, ponerla en el horno, aplicar los esmaltes, pero sobre todo el horno. En la cerámica el horno es quien tiene la última palabra. Determina si lo que hiciste quedó bien o mal. El horno tiene su técnica, no se debe violentar, si lo haces y apresuras la quema puedes echarlo a perder todo en un minuto.
“Pero lo que uno llega conocer en cuanto a los procedimientos técnicos rutinarios o a la propia teoría, a los conceptos artísticos, todo eso debe quedar invisible cuando se obtiene el resultado final.
“Ahí está la verdadera creación. La pieza que habla por sí misma. La pieza que dialoga con lo circundante, con nosotros mismos, siempre desde su propia sencillez, con todas sus imperfecciones, como una creación más de la naturaleza.”