Tejiendo la historia de la cestería
Por Norge Céspedes
En el poblado de Guanábana, a inicios del siglo XX, el trabajo de la cestería consiguió un despegue notable que fue punto de partida esencial para el desenvolvimiento de esa manifestación creadora en la provincia de Matanzas.
“En cierta forma pudiéramos decir que fue ahí cuando nos nació, como tradición popular, el arte de la cestería”, afirma Luis Orihuela Sánchez, autor de una investigación en la que realizó un acercamiento inicial al desarrollo de esta modalidad creativa en el territorio.
“No conocemos hasta ahora otro antecedente que ‘le quite’ dicho mérito a Guanábana, aunque debe reconocerse que otras localidades vecinas, guiadas por su éxito, también se entusiasmaron con la confección de esos objetos artesanales, demandados por su utilidad práctica en la vida cotidiana.”
En su investigación, apoyándose de manera especial en diversos testimonios orales de creadores que ‘tejieron´ con sus propias manos esa etapa, Orihuela puso en claro cómo la cestería llegó al poblado.
En el siglo XIX vivía en San Cayetano, en un ingenio azucarero próximo a Triunvirato, Cecilio Miranda, conocido como El Isleño, quien se dedicaba a fabricar canastas, elaboradas con caña brava.
Las empleaban en el propio ingenio para botar el bagazo resultante de la producción azucarera, y también las aprovechaban los campesinos de la zona, para trasladar o guardar viandas y frutas, así como en otros menesteres domésticos.
El Isleño no fue egoísta con sus habilidades para la elaboración de esos objetos y se las transmitió a varios parientes suyos, que residían en Guanábana: específicamente a Narciso Santana y a los hermanos Matos.
Luego ellos, de forma paulatina, se las trasladaron a otras familias y vecinos como los hermanos La Rosa, los Jelín, los Orihuela, Vicente Hernández, Manuel Rodríguez, Juan Herrera y otros.
Desde 1910 y durante varias décadas, el poblado se transformó en un enorme taller, donde semanalmente se fabricaban cientos de cestos, comercializados en La Habana y en otras ciudades de la Isla.
Narciso y los hermanos Matos se mantuvieron entre los que realizaban más finas labores. Los Matos se especializaron en cestos para frutas y llegaron a establecer un taller en La Habana.
Pedro González, por su parte, se dedicó a hacer estuches para cinco botellas y botellas forradas que vendía a Ramón del Collado, propietario de una fábrica de ron con negocios en el extranjero.
Él mismo cestero de primera línea formado en aquella época primigenia, Luis ha confesado que se incorporó a esta tradición a partir de Restituto, el hermano mayor.
“Éramos de Triunvirato, pero teníamos parientes en Guanábana; allá aprendió Restituto y luego hizo de profesor conmigo y con los otros hermanos, pues se trataba de una manera de ganarnos la vida, aunque los pagos eran miserables”, explica.
“Cuando triunfa la Revolución, ante las ofertas de trabajo mejor remuneradas que se presentaban, la cestería empezó a decaer como oficio; sólo algunos continuamos, pues, más que oficio, era ya sentido de nuestras vidas.”
Su pasión por la actividad creativa halló una gran recompensa en 1972, cuando logró inaugurar la que se conoce como la primera exposición de cestería en Cuba, dentro del periodo revolucionario.
El acontecimiento se produjo en la Galería de Arte de Matanzas, cuyo director, Pedro Esquerré, lo había animado y prestado el máximo apoyo. Expuso más de 20 piezas de diversos modelos que causaron un singular impacto estético.
Desde entonces la obra de Luis Orihuela Sánchez, sostenida contra viento y marea, funcionó como una especie de puente entre fundadores y nuevas generaciones de hacedores de la cestería, una manifestación artesanal que proviene de tierras españolas (traída sobre todo por los nativos de Islas Canarias), pero que poco a poco fue adquiriendo un sello, una perspectiva más cubana.
*La investigación a la que nos referimos en este trabajo la descubrimos en los fondos de la Biblioteca Provincial Gener y Del Monte. Se titula “Breve Reseña de la Cestería en Matanzas”, y fue presentada por Luis Orihuela al Primer Simposio de la Cultura Matancera efectuado en 1983.
En el poblado de Guanábana, a inicios del siglo XX, el trabajo de la cestería consiguió un despegue notable que fue punto de partida esencial para el desenvolvimiento de esa manifestación creadora en la provincia de Matanzas.
“En cierta forma pudiéramos decir que fue ahí cuando nos nació, como tradición popular, el arte de la cestería”, afirma Luis Orihuela Sánchez, autor de una investigación en la que realizó un acercamiento inicial al desarrollo de esta modalidad creativa en el territorio.
“No conocemos hasta ahora otro antecedente que ‘le quite’ dicho mérito a Guanábana, aunque debe reconocerse que otras localidades vecinas, guiadas por su éxito, también se entusiasmaron con la confección de esos objetos artesanales, demandados por su utilidad práctica en la vida cotidiana.”
En su investigación, apoyándose de manera especial en diversos testimonios orales de creadores que ‘tejieron´ con sus propias manos esa etapa, Orihuela puso en claro cómo la cestería llegó al poblado.
En el siglo XIX vivía en San Cayetano, en un ingenio azucarero próximo a Triunvirato, Cecilio Miranda, conocido como El Isleño, quien se dedicaba a fabricar canastas, elaboradas con caña brava.
Las empleaban en el propio ingenio para botar el bagazo resultante de la producción azucarera, y también las aprovechaban los campesinos de la zona, para trasladar o guardar viandas y frutas, así como en otros menesteres domésticos.
El Isleño no fue egoísta con sus habilidades para la elaboración de esos objetos y se las transmitió a varios parientes suyos, que residían en Guanábana: específicamente a Narciso Santana y a los hermanos Matos.
Luego ellos, de forma paulatina, se las trasladaron a otras familias y vecinos como los hermanos La Rosa, los Jelín, los Orihuela, Vicente Hernández, Manuel Rodríguez, Juan Herrera y otros.
Desde 1910 y durante varias décadas, el poblado se transformó en un enorme taller, donde semanalmente se fabricaban cientos de cestos, comercializados en La Habana y en otras ciudades de la Isla.
Narciso y los hermanos Matos se mantuvieron entre los que realizaban más finas labores. Los Matos se especializaron en cestos para frutas y llegaron a establecer un taller en La Habana.
Pedro González, por su parte, se dedicó a hacer estuches para cinco botellas y botellas forradas que vendía a Ramón del Collado, propietario de una fábrica de ron con negocios en el extranjero.
Él mismo cestero de primera línea formado en aquella época primigenia, Luis ha confesado que se incorporó a esta tradición a partir de Restituto, el hermano mayor.
“Éramos de Triunvirato, pero teníamos parientes en Guanábana; allá aprendió Restituto y luego hizo de profesor conmigo y con los otros hermanos, pues se trataba de una manera de ganarnos la vida, aunque los pagos eran miserables”, explica.
“Cuando triunfa la Revolución, ante las ofertas de trabajo mejor remuneradas que se presentaban, la cestería empezó a decaer como oficio; sólo algunos continuamos, pues, más que oficio, era ya sentido de nuestras vidas.”
Su pasión por la actividad creativa halló una gran recompensa en 1972, cuando logró inaugurar la que se conoce como la primera exposición de cestería en Cuba, dentro del periodo revolucionario.
El acontecimiento se produjo en la Galería de Arte de Matanzas, cuyo director, Pedro Esquerré, lo había animado y prestado el máximo apoyo. Expuso más de 20 piezas de diversos modelos que causaron un singular impacto estético.
Desde entonces la obra de Luis Orihuela Sánchez, sostenida contra viento y marea, funcionó como una especie de puente entre fundadores y nuevas generaciones de hacedores de la cestería, una manifestación artesanal que proviene de tierras españolas (traída sobre todo por los nativos de Islas Canarias), pero que poco a poco fue adquiriendo un sello, una perspectiva más cubana.
*La investigación a la que nos referimos en este trabajo la descubrimos en los fondos de la Biblioteca Provincial Gener y Del Monte. Se titula “Breve Reseña de la Cestería en Matanzas”, y fue presentada por Luis Orihuela al Primer Simposio de la Cultura Matancera efectuado en 1983.
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