Felipe II no era tan austero
Por Norge Céspedes
El rey español Felipe II (1527-1598) acostumbraba a vestir de negro. Algunos criterios populares sostienen que lo hacía por un exceso de austeridad, de circunspección. En realidad no era tan así. En realidad era todo lo contrario.
En una conferencia impartida en la filial de la Asociación Cubana de Artesanos Artistas en la provincia de Matanzas, Carmen Pérez de Andrés, subdirectora del Museo del Traje en España, afirmaba que lejos de una muestra genuina de recato ese color constituía, en pleno siglo XVI, un gesto de ostentación, incluso de prepotencia.
Entre tantas transformaciones, el descubrimiento de América había provocado una revolución en el vestuario europeo, específicamente a través de la incorporación de nuevos tintes, entre los cuales se hallaba en primera instancia el negro, que hasta entonces no se había podido alcanzar con tanta eficacia en el mundo occidental.
Lo obtenían del Palo de Campeche, llamado por los aztecas quamochitl, y tuvo tanto éxito desde entonces que, más adelante, en el siglo XVIII, el 95% de la seda, del algodón, de la lana y del cuero teñidos en negro lo eran con el extracto de esa planta: la hematina.
El negro le daba a la corte española una especie de exclusividad en el ámbito de la moda, la distinguía frente a las demás cortes. Era un claro mensaje de su poderío. Tenían el negro, tenían a América.
“Ese hecho demuestra una vez más la importancia del traje, su verdadero significado, que no radica únicamente en su utilidad para la vida práctica, sino que es además un elemento simbólico de cada época”, dice Carmen Pérez de Andrés.
“Observándolo con atención puede verse el desarrollo de las sociedades, el desarrollo integral, desde el punto de vista estético hasta el social, el científico técnico, el económico. El traje es, en resumen, el hombre mismo y todo su mundo.”
En una conferencia impartida en la filial de la Asociación Cubana de Artesanos Artistas en la provincia de Matanzas, Carmen Pérez de Andrés, subdirectora del Museo del Traje en España, afirmaba que lejos de una muestra genuina de recato ese color constituía, en pleno siglo XVI, un gesto de ostentación, incluso de prepotencia.
Entre tantas transformaciones, el descubrimiento de América había provocado una revolución en el vestuario europeo, específicamente a través de la incorporación de nuevos tintes, entre los cuales se hallaba en primera instancia el negro, que hasta entonces no se había podido alcanzar con tanta eficacia en el mundo occidental.
Lo obtenían del Palo de Campeche, llamado por los aztecas quamochitl, y tuvo tanto éxito desde entonces que, más adelante, en el siglo XVIII, el 95% de la seda, del algodón, de la lana y del cuero teñidos en negro lo eran con el extracto de esa planta: la hematina.
El negro le daba a la corte española una especie de exclusividad en el ámbito de la moda, la distinguía frente a las demás cortes. Era un claro mensaje de su poderío. Tenían el negro, tenían a América.
“Ese hecho demuestra una vez más la importancia del traje, su verdadero significado, que no radica únicamente en su utilidad para la vida práctica, sino que es además un elemento simbólico de cada época”, dice Carmen Pérez de Andrés.
“Observándolo con atención puede verse el desarrollo de las sociedades, el desarrollo integral, desde el punto de vista estético hasta el social, el científico técnico, el económico. El traje es, en resumen, el hombre mismo y todo su mundo.”
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